El Nadador
Fermín Jiménez
del 2 de Mayo al 2 de Agosto de 2015

El nadador tiene su origen en la película homónima dirigida por Frank Perry y Sydney Pollack (1968), protagonizada por Burt Lancaster, y que a su vez se basa en un relato corto del mismo título por John Cheever (1964).

En España, Fermín Jiménez Landa trazó una línea de albercas desde Tarifa hasta la casa de sus padres en Pamplona ayudado por un GPS y atravesando las albercas que encontró. En Guadalajara, Fermín realizó el mismo ejercicio cruzando la ciudad de sur a norte, pasando por los barrios de Santa Anita, Arboledas, la colonia Americana, Miraflores y Lomas del Paraíso para terminar en un acantilado: la Barranca de Oblatos, límite natural de la ciudad. La exposición muestra el registro de ambas acciones, además de algunos dibujos y una serie de esculturas de albercas fabricadas en poliéster.

Para realizar su recorrido, Jiménez Landa hizo uso de imágenes satelitales que le revelaron la ubicación de albercas alojadas en propiedades privadas. Una vez programada, la acción se concretó a partir de la negociación con los habitantes de dichas viviendas, que atendieron a la puerta al visitante inesperado.

El nadador evidencia las características de convivencia en las sociedades contemporáneas. Los espacios confinados que prometían privacidad se han puesto en tela de juicio con la aparición de aplicaciones como Google Maps, las cuales permiten acceder a casi cualquier lugar desde una vista de pájaro. En el caso de Guadalajara, la experiencia local llevó al artista a enfrentarse al modelo habitacional que contiene conjuntos de casas dentro de bardas perimetrales, sistemas de alarma y elementos para el control de acceso. Esta situación deja claro el papel que adquieren el miedo y la inseguridad pública en la conformación de espacios residenciales y el confinamiento en el que viven los habitantes de una ciudad fragmentada por la desconfianza, la paranoia y el deseo de pertenencia a un modelo aspiracional.

El proyecto lleva a cuestionarnos si la pretendida cotidianeidad aséptica y ajena a lo que ocurre del otro lado de la barda, no es más que una contradicción, pues la inseguridad es inherente a la reclusión.